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¡Tranquila mujer, que un biberón no va a hacerle nada malo!

 Parí por cesárea programada en hospital Virgen del Rocío, en Sevilla.

Habíamos conseguido la NO SEPARACIÓN tras el parto, pero la cesárea se complicó y nos tuvieron que separar durante casi 4h.
Mi niña hizo el piel con piel con su papá hasta que yo llegué y pude ofrecerle mi pecho.

- Tranquila, ni siquiera me han ofrecido el biberón durante este tiempo - me dijo él para calmar mi inquietud.
Entonces respiré tranquila.

Los dos teníamos muy claro que establecer la lactancia era primordial, y temíamos que se complicase por la cesárea, así que decidimos no recibir ni una sola visita ( padres ) hasta que lo hubiésemos conseguido.
Era nuestro momento, sólo nuestro y de nadie más.
No necesitaba manos ajenas ni besos por doquier, tampoco mil ojos y consejos ( con todo el amor y la buena intención de los que irían acompañados ).
Necesitaba tranquilidad, a mi pareja y a mi niña. ¡Ah sí, y morfina! que aquello dolía enormemente..
Ella estaba dormidita, pero cogió lentamente el pezón. El agarre y la postura fue algo que corregimos algo más tarde.
Debido al tiempo transcurrido y a la morfina que tuve puesta durante 12h, me dijeron que la leche tardaría algo más en subir, así que una enfermera me dio el temido biberón.
Supongo que mi cara sería un poema, pero eso no ocultó la mirada que tuve que echarle a aquella mujer, pues ella misma me dijo:
- ¡Tranquila mujer, que un biberón no va a hacerle nada malo!

En la ventana se quedó.

Tuvo que ser una amiga mía (matrona) la que me ayudase con el inicio de la lactancia.
Tenía el calostro, ese oro líquido que tanto me alegraba.
Pero el segundo día la niña no quería comer.
Pasaban las horas y no quería el pecho por más que se lo ofrecía. Cada vez más nerviosa y más angustiada, ponía a mi bebé en mi pecho con la esperanza de que comiese.
Algunas enfermeras me decían que si no comía debería darle la ayudita, que eso no iba a interferir en mi lactancia y que ya habría tiempo después.
Me negaba, la arrullaba y lloraba de dolor e impotencia mientras volvía a ofrecerle mi pecho.
Aquellas horas se me hicieron eternas, hasta que llegó ella; una enfermera que cogió a mi niña y le echó una sola gota de leche de fórmula en los labios ( explicándome antes lo que quería hacer y siendo muy respetuosa conmigo, pues no podía dejar de llorar dado que no quería aquel biberón ) y otra en mi pezón.
Fue ipsofacto.
La niña se enganchó a mi pecho como si no hubiese un mañana y a día de hoy, 9 meses después, sigue sin soltarme! Ajajajaja.. 
La leche subió al día siguiente (tercer día) y ya en mi casa todo fue rodado.
Tranquilidad, amor, ( dolor, todo hay que decirlo ) y pechos chorreantes de vida.



Un abrazo!

Saray

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