Todo estaba listo para tu llegada. Esperaba con ilusión ese momento de tenerte entre mis brazos. Ese gran momento que tantas veces había oído de otras familias, por fin llegaría a ser nuestro. Estaba todo listo. Nerviosa, repasaba la lista para confirmar que no te faltara nada fundamental en tus primeras horas. Y de repente, un comentario pequeño, casual, de una conocida en una reunión.¿No vas a dar el pecho? El pecho. En mis treinta y muchos años de vida podía contar con los dedos de una mano las veces que había visto dar el pecho. ¿Realmente había bebés alimentados sólo de leche materna? Si los había, eran invisibles.
Pero mientras te esperaba no podía dejar de pensar en la humanidad antes de la fórmula, antes de los chupetes, en nuestra condición de mamíferos. ¿Seguiríamos existiendo como especie si todo eso fuera imprescindible? Quizás hay familias que no los usan. Si las hay, son invisibles. Y en la vuelta al trabajo, en las jornadas maratonianas, en la vida del siglo XXI, ¿seguro que existen mamás lactantes con el ritmo de vida de hoy día? Si las hay, son invisibles.
¿Y si de verdad se podía?
Y entonces llegaste y mi mundo se puso patas arriba. Decidí darte lo mejor que tenía, creer en ti, creer en mí. Y te abracé ofreciéndote mi pecho, y me abrazaste aceptándolo y a partir de entonces el mundo entero fue invisible para nosotras.
Y ahora, cada vez que nos necesitamos la una a la otra, nos hacemos visibles. Con todas nuestras dudas y miedos, nos hacemos visibles. A través del grupo de apoyo a la lactancia nos hacemos visibles. En la calle, en el médico, en el trabajo, nos hacemos visibles.
Porque sólo hace falta hacerse ver para dejar de ser invisible.
Gracias a todas las que día a día dejáis de ser invisibles.
Carmen OD
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